El edificio fue construido entre 1719 y 1725 mediante aportaciones económicas de los vecinos. Lo habitaron monjes de la Orden de los Capuchinos, religiosos de la rama de los franciscanos que usan hábito con capucha.
El convento comprendía la iglesia y un conjunto de dependencias para los frailes organizadas alrededor de un claustro. La iglesia tiene planta de cruz latina con dos capillas laterales y no está orientada con los puntos cardinales, como es habitual, sino desde una perspectiva urbana. La fachada principal, de estilo neoclásico, tiene tres alturas rematadas por un frontón triangular con un óculo en la parte más alta. En el centro, dentro de una hornacina, encontramos la imagen de San Félix de Cantalicio a quien estaba dedicada la iglesia.
El exterior se caracteriza por la fábrica de mampostería y cadena de ladrillo al estilo del aparejo toledano.
Pero lo más llamativo es la cripta: su microclima, con temperatura y humedad constante, ha permitido la conservación de los cuerpos momificados de algunos de los monjes que lo habitaron.
El convento fue destruido en 1936 durante la Guerra Civil y en la parte que habían ocupado las dependencias de los monjes se levantaron las “Antiguas Escuelas”. También en este momento se quemó la iglesia del convento que quedó medio en ruinas, tal y como la vemos actualmente. Desde entonces, la iglesia sólo se ha utilizado parcialmente como almacén de grano en 1940.
El resto del conjunto se ha seguido utilizando como escuela, uso que ha tenido hasta hace unos años y, esporádicamente, se ha utilizado como cárcel o cuartel de la Milicia Nacional. Ahora, la zona ocupada por la antigua Sacristía se ha convertido en Hogar del Pensionista y las capillas del lado del Evangelio, eran el Juzgado de Paz hasta hace unos años.